Como no se habla de las consecuencias emocionales que los hijos tienen en sus padres, se da por sentado que ser padre siempre es un placer. Pocos se atreven a hablar, sin sentirse culpables, de los sinsabores y aflicciones que este vínculo también puede provocar. La dificultad para reconocer que la influencia en la salud mental de padres e hijos es recíproca, ha contribuido a transformar en inconfesable cualquier desencanto de los progenitores con sus roles y deberes. Dicho en otras palabras, los padres afectan la psiquis de los hijos, pero ésta es una relación en ambas direcciones. Porque los hijos también influyen e impactan en la salud mental de los padres.
Hace bien decirlo en voz alta: a veces los hijos duelen. Por ejemplo, cuando ponen malas caras o son desagradables o antipáticos; cuando son demandantes o exigentes; cuando no hacen nada por ellos mismos y se enferman, o hacen exactamente lo contrario de lo que les conviene o no escuchan; cuando se hacen daño a sí mismos o a los demás y no aceptan ayuda; cuando no reportan satisfacciones, sino puros dolores de cabeza; cuando andan en malos pasos o malas juntas o se emborrachan o se drogan; cuando son irresponsables o inconstantes; cuando son maleducados o insolentes; cuando son orgullosos, soberbios o displicentes; cuando son aprovechadores o desagradecidos; cuando dan por sentado el afecto y no lo corresponden, o son incapaces de reconocer todo lo que reciben; cuando sólo piden y son poco generosos, o cuando dan y después pasan la cuenta; cuando son distantes o indiferentes; cuando son descontrolados y se pelean con todos y contra todo; cuando son utilitarios, insensibles o egocéntricos; cuando someten a sus padres a desaires, agravios o humillaciones; cuando cuestionan o descalifican o no perdonan, o cuando son rencorosos y enrostran resentimientos del pasado como jueces implacables; cuando se alejan de los padres a medida que éstos envejecen y los dejan solos, o cuando entre varios son incapaces de procurarle el sustento a quien un día los alimentó a todos. En síntesis, cuando pierden el rumbo o se ponen insoportables o no crecen nunca o son injustos o ingratos o malagradecidos o hirientes o hacen sufrir o causan pena.
En fin, los padres no siempre tienen la culpa de todo. Con sus virtudes y flaquezas, al igual que todos los seres humanos, necesitan de amor, respeto, reciprocidad y cuidado. Y les duele mucho cuando se sienten rechazados. Por eso, es importante entender que a veces... de vez en cuando... ocasionalmente... o, por lo menos, a ratos... el infierno se llena no sólo de padres, sino también de hijos.
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