El reconocer lo que deseamos y responsabilizarnos por llevarlo a cabo, la confianza en nosotros mismos para enfrentar los desafíos que eso implica, son aspectos fundamentales a desarrollar en el proceso de construir una identidad propia, logro del desarrollo de la persona que se alcanza al fin de la adolescencia.
Durante la etapa escolar, la meta es lograr la capacidad de ser competente en el actuar, lo que dará lugar a un grado de autonomía y confianza que permitirá el desarrollo de una identidad propia.
En esta etapa los niños afianzan la incorporación de los valores y modos de enfrentar la realidad que observan en sus padres y adultos significativos. Esto les permite actuar, aunque ellos no estén presentes. Después, durante la adolescencia, a través de un proceso de cuestionamiento de estos modelos, ellos elegirán lo que harán propio y lo que no. Pero el ingreso a la escuela supone que el niño ya ha logrado cierto grado de independencia afectiva y práctica respecto a sus padres que le permita tolerar su ausencia durante ciertos periodos, llevar a cabo ciertas tareas y enfrentar algunas situaciones solo.
Si el teléfono celular es un instrumento que puede ampliar nuestro rango de acción y el tener acceso a él nos permite confiar en que, si lo necesitamos, alguien nos puede ayudar, cabe preguntarse si su uso entre los niños en etapa escolar favorece el logro progresivo de esta competencia en el actuar. Es decir, si favorece el desarrollo de la capacidad de actuar a partir de la incorporación de los modelos parentales, en lugar de depender de su presencia concreta para llevar a cabo lo que se proponen.
En efecto, el ingreso a la enseñanza básica enfatiza el desafío para el niño de lograr mayor independencia en sus relaciones sociales y responsabilidad en sus tareas. Junto a la alegría que encuentra al compartir con otros niños de su edad, se enfrenta a la angustia de experimentar sus primeros conflictos interpersonales y las dificultades para la realización de sus propósitos sin la presencia segurizante de sus padres. Entonces se pone de manifiesto el grado de capacidad que ha alcanzado para tolerar la frustración y para adaptarse a las reglas que el sistema escolar demanda a los niños.
Si el niño no logra adaptarse al sistema escolar, es necesario que los adultos significativos se preocupen de esta dificultad de su hijo para tolerar la frustración, estar separado de los padres y desenvolverse con cierta autonomía.
El ingreso a la escuela también supone un desafío para los padres, el de ir aceptando que sus hijos paulatinamente los necesiten menos y que se relacionen con otras personas para realizar sus tareas y enfrentar sus dificultades. Al mismo tiempo que deben seguir sosteniéndolos afectivamente en las ocasiones que lo requieran, ayudándolos a reencontrar la seguridad en sí mismos cuando debido a un fracaso transitorio parecen haberla perdido. Esto supone que los padres, junto con la alegría de ver crecer a sus hijos, viven al mismo tiempo una pérdida, la sensación de que los hijos pequeños que los necesitaban a cada momento ya no están requiriéndolos con la misma frecuencia. Este proceso también puede presentar dificultades especiales.
Pero si las cosas van bien, el niño irá afianzando día a día un mayor dominio de sí mismo y manejo de los objetos, adquiriendo habilidades y pudiendo competir, perseverar, ambicionar.
En este proceso, podemos visualizar la función del teléfono celular imaginándonos que los sonidos codificados que se transmiten a través de las ondas electromagnéticas, cumplen el rol de un cordón umbilical invisible o del “tuto” de la infancia que permitía al niño tolerar la ausencia de su madre por un tiempo.
A partir de esta imagen podemos comprender mejor que el celular puede ayudar a que los padres sostengan a sus hijos, si lo usan como un auxilio transitorio para ellos.
Cuando la angustia o la duda en su capacidad paraliza al niño, el celular puede permitir a los padres acogerlo en su angustia y entregarle una guía para actuar desde una posición de confianza en sus capacidades Pero este auxilio de los padres debe ser transitorio e ir orientado a que el niño incorpore para sí mismo la forma de enfrentar el problema sugerida por los padres y que pueda usarla en el futuro.
Para lo que no debe usarse el celular es para servir como presencia permanente de los padres. Esto ocurre cuando deciden que ellos deben resolver los problemas y responder por las responsabilidades de sus hijos frente a sus compañeros y profesores tomando su lugar. Cuando los padres supervisan constantemente las actividades de sus hijos llamándolos con frecuencia cuando se encuentran en su espacio propio, que es la escuela, les están comunicando su duda respecto a sus capacidades de hacer las cosas por sí mismos y su dificultad para tolerar separarse de ellos. Lo cual favorece que los niños desarrollen un sentimiento de inferioridad respecto a su capacidad de ser competentes y una actitud pasiva frente a sus deseos. Es decir que el celular debe incorporarse al proceso de comunicación entre padres e hijos en un marco en que se respeten los espacios de cada uno, como un auxiliar que permite a los padres sostener momentáneamente a sus hijos para que, con esta ayuda, los niños encuentren la manera de resolver por sí mismos los desafíos que se les plantean en su desempeño en la escuela.
En fin, cabe tomar conciencia que el estar con el otro, aun cuando se trata de abordar un problema en conjunto, es lo que permite ir conociéndose a sí mismo a través del escuchar y expresarse frente a la otra persona. Y esto vale para ambos participantes en la comunicación, tanto los padres como los hijos. Esto significa que, cada vez que nos encontramos con un otro, lo que ocurre en un diálogo entre padres e hijo, esa experiencia nos cambia, nos va convirtiendo en las personas que vamos siendo, cada momento de comunicación es valioso para ir construyendo quienes seremos. Esto es así, más aún, en la comunicación entre padres e hijos en que el tiempo disponible va disminuyendo a medida que éstos últimos crecen.
Fuente: Todo Niños
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