Es decir, somos bellas, audaces, atléticas –intelectualmente hablando, claro está- profesionales, ejecutivas, trabajólicas, amas de casa, administradoras, “carreteras” –las comillas son necesarias ya que cualquier salida de casa después de las 18 hrs. es un “carrete” si has pasado los 30 o estás cerca- y MAMÁS.
Lo destaco no por el nivel de importancia que ostenta el cargo, sino más bien, por la carga laboral que implica este rol en comparación con la conjunción de todos los anteriormente mencionados.
Ser mamá es, sin duda, uno de los trabajos más agotadores, estresantes, aterradores –sobre todo si se es primeriza-, bochornosos –en muchas ocasiones-, y mal remunerados que se han creado en la faz de la Tierra. Pero a la vez, es una de las labores más alucinantes, espectaculares, conmovedoras y significativas que una persona pueda realizar en su vida... ¡y tanto que nos quejamos cuando andamos con la regla!.
Y no ha de ser por mera fortuna ni tras haber sacado la vara más corta. Si bien es cierto que la naturaleza se ensañó con nosotras, también es cierto que nos dotó de una infinita capacidad para soportar el dolor físico y los de la vida misma. Pero definitivamente se le olvidó darnos un poco más de paciencia para mantener nuestra cordura en niveles socialmente aceptables.
Pero, ¿qué pasa cuando, luego que tú le dedicas TODO tu tiempo, tu recargada paciencia –que no es menor- tu absoluta dedicación y hasta tus cosméticos ... a esa criaturita que son tus ojos y que te ha hecho no concebir la vida sin esos piececitos de empanada adueñándose de toda tu cama, ese mismo engendro que corre por tu casa como político desaforado buscando a su abogado te dice “tía... leche”.
¡Tía, weón, tía!
Claro, ¿cómo pretendes tú que un bebé-niño de 2 años y medio te diga mamá si jamás ha oído que alguien más te llame así?. Y claro, no lo oirá en muuuuucho tiempo más. Si es que.
Al fin y al cabo su estrecho grupo social compuesto mayormente por los hijos e hijas de tus amigas te llaman “tía”.. qué otra cosa puedes esperar???.
Qué injusticia... qué ingratitud. Ah!, lo olvidaba.... al menos me dice tía. Porque hasta hace poco me decía “Claudia”, en realidad “cauda”. ¿Lo podís creer?. Una de dos: o erís muy car’e raja, o te creí muy evolucionado pa’ llamar a tu mamá por su nombre.
¿La verdad?, me gustaría que me dijera mamá tanto como me asustaría escucharlo.
De todas formas: ¡te amo, corazón chiquitito!.
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